09 enero, 2007

Ella


Cuando murió mi abuela, mi primera reacción fue de incredulidad. Después entendí y viví un duelo entero en un milisegundo. Tragué saliva y vino la paz. Así de simple.

Ella era una comadrona estoica de rasgos duros, ahorrativa y calculadora, católica rigurosa, y, hasta el final de sus días, madre de sus siete hijos. Porque su casa estaba siempre abierta, al igual que su enjuto monedero, cuando la necesidad de uno de sus vástagos o de sus numerosos nietos lo exigía.

Profesora de inglés, cantante de ópera olvidada, tocaba el piano y cuidaba en casa los pasos aún más gastados de sus padres. Sus estandartes eran una paciencia infinita y una piel curtida que resistía las peores adversidades.

No fue hasta que murió que me di cuenta lo mucho que la admiraba. Claro, para comprender sus frugalidades, a veces extremas, su respeto heredado por su marido, que gustaba de traer a la casa cosas del mar para que se secaran al sol de las terrazas y exhalaran su aroma pecaminoso de mariscos descompuestos, su paciencia exasperante con los niños de faldas de treinticinco años que aún no lograban despegarse del nido; su ausencia total de consumismo y la prudencia inseparable de cada acto de su vida; para entender todas esas cosas, necesitaba ser un poco más mujer.

Y la vida quiso que ese fenómeno casi milagroso del esclarecimiento de la conciencia sucediera en el exacto momento de su muerte.

Fue ahí cuando entendí cada regalo suyo para cada uno de sus más de veinte nietos cada una de las navidades y cumpleaños, cuando supe por el porqué de las tantas habitaciones de su casa, con más de una cama en cada una, su capacidad de reunir una familia enorme con su sola palabra y sentarlos a todos juntos, agazapados, en su mesa.

Su funeral fue multitudinario. Y tengo que decir que hasta el día de hoy, su muerte no me provocó ninguna lágrima. Porque murió como una heroína, satisfecha de haber terminado cada uno de los asuntos de su vida, segura de haber transmitido todo lo que la vida le había pedido, dejando todo en regla, funcionando.....

Ahora más que nunca la llevo en el pecho, discretamente guardada, para que me susurre al oído alguna palabra cuando la necesite, para regocijarme descubriendo la mujer soñadora y enérgica que mis ojos de niña no podían ver, más viva de lo que nunca estuvo para mí.

Para encontrar los millones de cosas que hay en mí y que aprendí de ella.



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Este relato lo escribí hace tiempo, pero no lo había publicado, tal vez porque en ese momento todavía rozaba la intimidad del duelo. Pero ahora está aquí, para compartirlo, porque quiero que ella se vuelva velo y me inunde por un rato, en estos momentos donde su sabiduría haría mi vida mucho más simple.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ya echava de menos est tipo de escritos tuyos, me gusto , ese toque de solemnidad q tiene, me gusta...un beso cuidate

bye

Anónimo dijo...

En un pueblo del interior de cuyo nombre no me acuerso, habia una vieja que se sentaba en una banca en el antejardin de su casa a tomar el sol por la mañana, cual lagarto de la pampa. En un tiempo en que la tele y la radio eran ciencia ficcion, esta vieja se podria decir que fue la memoria viva del pueblo, no habia nombre, fecha o lugar que se le escapara a la vieja, pero el ejercicio y la salud de tal empresa exigia batir la lengua a costa del pellejo de los demas, los mas graciosos del pueblo decian que de tanto en tanto a la vieja se le habia olvidao morir, y que pal funeral iban a llevar dos cajones uno pa la vieja y el otro pa la lengua. Cuando llego el dia en que la vieja paro las chalas de este mundo, una mezcla de sentimientos encontrados cubrio el pueblo, habia dejado esta tierra la mujer que habia forjado la historia de la comunidad, sin dominar por completo las cuatro letras que sabia del abecedario que hacia tanto tiempo un profesor, con acento extranjero, le habia enseñado entre el adobe y el pasto seco.

natalia dijo...

La muerte hace que uno nazca de alguna manera... Yo comprendo lo que vos comprendiste...

Bello leerte... Bello.

mono sampler dijo...

muy lindo, en serio, mi abuela tambien murio hace unos años y la verdad que por ahi en nada se parece a lo que vos describis, pero si al sentimiento que yo tenia por ella. gracias por pasar por mi blog, no se que te llevo a entrar. pero telo agradezco. saludos y te espero de nuevo.