Les presento a Kkala, mi hija, redonda, mórbida, arrodillada y mirando al cielo, quién sabe si tratando de alcanzarlo, rogándole algún deseo secreto o simplemente despertando. Ahora no sé si yace inmóvil en un pedestal blanco demasiado cuadrado para ella o escondida debajo de una bolsa de basura en una bodega polvorienta e infestada de ratones. Ya no es mía.
Por fin comenzaron los atardeceres de luces, esos con nubes fosforescentes y horizonte dramático, me hacían falta, increíblemente tienen un sabor más dulce que los otros oscuros y tenebrosamente salados.
Hoy, un día extraño, casi amargo, melancólico, solitario. Me he movido dentro de una burbuja y apenas estoy tratando de despegarme. Entre los fierros de la micro alguien discute con alguien y para no tener que tragar hiel agena me pongo a analizar las cosas, y me doy cuenta de cómo algunas personas pueden hacerte sentir tan inocua, tan poco importante, tan sosa. Y es inevitable tratar de buscar una respuesta, aunque todo vaya a seguir siendo igual de indiferente, tan lúdicamente indiferente.
Entonces caes en la certeza de la propia simplicidad, el darse cuenta de lo corriente de uno mismo, algo así como la autocompasión pero en menor escala. Demasiado simple para ser importante. Ridículo no? Y te das cuenta de por qué tanta gente vive encerrada y por qué te sientes mejor tirando mierda en algún espacio virtual, todo es más fácil por msn y te ahorras los gritos, los insultos, la vergüenza, las dietas, las verdades. Soledad real, compañía virtual.
Y al final igual escuchas los gritos ajenos, porque no puedes pasarte un rollo que dure todo el camino, y justo no tienes el mp3 ni nada más productivo que pensar y más encima te estás autodeprimiendo por leseras, entonces mejor piensa en la foto del blog y eso, eso fué el día.
Y ahora en este momento tengo una sensación amarga en la boca, algo así como cuando ves una película pirateada y le cortaron los créditos, esa sensación de final sin final que mastico hace un rato.
Aunque fué agradable caminar un rato. A pesar de lo vanal. Sentir el viento en la cara y las gotitas del agua de la pileta.
Eso es todo, no tengo nada más, en este momento me he quedado totalmente vacía.