24 septiembre, 2006

Cuento

Cosas que uno recuerda para siempre.

La foto es del valle de Quizma, un puntito verde perdido entre los cerros cerca de Pica...aparece juguetonamente entremedio del polvo tan de repente que parece de mentira.

El cuento no tiene nombre aún, pero creo que inevitablemente se va a llamar El Pavo, porque nada más le sienta....




Era el animal más terrible que jamás había visto. Casi de mi porte, pero mucho más gallardo, experto en los ataques sorpresivos por la espalda y sin remordimiento alguno.

Por esos días andaba cándida reconociendo esos olores, casi nuevos pero antiguos, del campo seco de las entrañas de la cuarta región. Comía tunas despiadadas que me daban urticaria y miraba a las gallinas desplumarse a picotazos. A pesar del escándalo de mi madre, bebía feliz el agua que brotaba de la tierra cuidando de no tragarme los guarisapos oscuros y juguetones de la noria.

Durante el día convivíamos en paz, él relegado al fondo del patio y mi hermano y yo protegidos tras la figura imponente de la mole inmensa que es mi abuelo. Entonces se podía explorar cada rama, cada espina y cada piedra, orinar al aire libre y comerse los limones, y robarse las mermeladas escondidas que mi abuela guarda todavía como tesoros de sol para calentar los días oscuros del invierno.

Pero era después del ocaso, cuando comienza a fallar la vista y es más fácil caerse en alguna zanja y quedar clavado para siempre en los millones de cactus ávidos de sangre que habitan esos suelos, cuando los graznidos y bufidos se tornan diferentes, entre lacónicos y tenebrosos, cuando los árboles se perdían entre sombras y estrellas; en ese momento preciso comenzaba la angustia.

Porque el pavo se camuflaba en cualquier rincón de sombra, entre los adobes gastados de la casa de dos ambientes, y hacía de todos los espacios su dominio de terror. Se inflaba como un globo negro, y, silencioso, acechaba con sus ojos rojos y su moco deforme cualquier movimiento que comprometiera cierta ingenuidad.

Entonces había que ir despacio, cuidando no llamar la atención, a lavarse los dientes sucios de duraznos al otro lado del patio, y orinar en la letrina pestilente y oscura lo más calmo posible, para poder volver a salvo al refugio donde mi abuela hacía pan para mañana y calentaba la tetera en el brasero.

Si no teníamos suerte, si alguna rama traicionera nos delataba, si mi hermano estornudaba o respiraba demasiado fuerte, el pavo sonreía para sus adentros y se abalanzaba sobre nuestras espaldas aleteando y picoteando, provocando gritos de espanto y llantos desconsolados que rasgaban las noches silenciosas inundadas de estrellas de aquellos veranos infinitos.

Fué un día soleado, hermoso, con ese aroma de madera de espino quemada que todavía me gusta tanto, que mi abuelo decidió abolir la dictadura nocturna del colosal tirano. Yo estaba todavía enrollada en las sábanas cuando escuche las confesiones desesperadas del animal, ahogadas casi de inmediato por la sangre que se colaba en sus pulmones por el hueco sin cabeza que era ahora su cuello. Cuando llegué a la escena del crimen la justicia ya estaba hecha. La cabeza del pavo yacía tirada entre unas briznas de pasto seco, todavía tiritando, mientras mi abuelo trataba de atrapar el cuerpo escurridizo que corría aún desesperado y sin dirección, estrellándose lamentablemente contra los árboles.

Presencié el macabro espectáculo sin asco, sin pena ni remordimientos. Y cuando por fin mi abuelo atrapó el cuerpo agonizante y mi abuela preparaba el agua hirviendo para desplumarlo, me acerqué y recogí del suelo la cabeza ensangrentada, la levanté del moco y miré fijo esos ojos ahora carentes del brillo fulgurante que me inspiraba pesadillas, me aseguré de que estuviera bien muerta, y con una crueldad propia de mis pocos años la volví lanzar cual desperdicio al suelo.

Comimos felices y sin culpa la bestia que se veía ahora ridículamente desnuda, pero que conservó su tamaño incluso después de sacarle las plumas, por casi tres días y sin tregua. Las plumas se convirtieron en una corona de indio apache que mi hermano lucía con un aire triunfal y con la tranquilidad de llevar el miedo bien guardado entre las tripas.
__
Recuerdos de Quilitapia, al interior de Ovalle, pueblito olvidado donde viven mis abuelos maternos hasta el día de hoy, al que los años de urbanización le han ido succionando inclementemente su encanto de lugar perdido.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

lindo prima.....jiji como ya te dige.. es bkn recordar cosas de cuandso uno era niña y tan detalladas....naa pu solo te digo q me gusta la forma en q escribes ( incluyendo lo de la abueli)...xau ... TQM

Anónimo dijo...

ahahaha quilitapia...xD

yo fui una vez pa alla .. aver una carrera de perros..

habia un cuero de conito =:3
y estaba amarrado con una cuerda laarga a una rueda de bicicleta, con sus respectivos engranajes.

fue entrete... los perros corrieron detras del cuero de liebre mientras en la meta estaba un cabro chico andando rajao en bicicleta inmovil :O

tb cuando fui pa alla.. presencie hartas muertes de esas...

pero no los conocia a las bestias..asi q no habian sentimientos. es como dijo homero una vez , cuando veia bloopers de accidentes reales, "es gracioso porque no los conozco"

>_>


eso. espero no opacar tu texto con el mio :$


hhaahaha chau cuidatela :P

Anónimo dijo...

me falto el detalle de q mis abuelos son de alla tb.
y por eso vi los animalicidios
eso

Pablo D. D. dijo...

Me gusto tu cuento...pero lo q mas me gusto fue la forma en que me transportaste a ese tiempo y lugar de Quilitapia, me recordó el campo, el olor dela leña, del pan amasado, el viento de la noche...la niñez. También eres clara y precisa, no rebuscada para contar cosas, fue agradable leerlo, (ya q utimamente existen pocas cosas agradables ¬¬')
Ya,bueno bonita historia, cuidate que estes bien.
Besos

Anónimo dijo...

busqué dentro del canasto, frutas, y semillas y me cai dentro, entre las especias, y las legumbres, me enredé con los vestidos y faldas, me reí con las historias, me acordé de los pajaritos, pude ver la madera, y sentir mil cosquillas del plumero, casi pincho mis dedos con las agujas, que se entrelazan con las ropas. Pero cuando sentí las flores y las naranjas llenarme de su olor, solo pude cerrar los ojos y volver a escarbar en el canasto.

vuelve y vuelve a buscar

Anónimo dijo...

Consuélate de soportar las injusticias: la
verdadera desgracia consiste en cometerlas.
Pitágoras



En el fondo tener sentido del humor es ser consciente de la
relatividad de las cosas.
Antonio de Senillosa.



Todo es tentación para el que la teme.
Gean de la Bruyére.



Espera lo mejor, pero prepárate para lo peor.
Proverbio ingles.

Es preferible ser dueño de un peso que esclavo de dos.
Proverbio griego.


Muchas personas están demasiado educadas para hablar con
la boca llena, pero no les preocupa hacerlo con la cabeza hueca.
Orson Welles


Solo hay un bien, el conocimiento;
solo hay un mal, la ignorancia.

Sócrates.


Para hacerse oír, a veces hay que callar la boca.
Stanislaw Jerzy.


Experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones.
Oscar Wilde


Todo lo que no es tradición es plagio.

Eugenio D’Ors.


La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz.
Proverbio Escocés.


Es más fácil variar el curso de un río que el carácter de un
hombre.
Proverbio Chino


Ningún camino de flores, conduce a la gloria.

Jean de la Fontaine.


El que sufre tiene memoria.
Ciceron


Yo creo de verdad, que una mujer civiliza tanto como un libro.
Gustavo Adolfo Becquer.


La democracia es la peor forma de gobierno...
Exceptuando todas las demás
W. Churchil.


Para Adán, el paraíso era donde estaba Eva.

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sin moral.
John Osborne.


No desistas porque no encuentras todo lo que necesitas
hecho a la medida y a tu disposición, en cambio, toma lo
que tienes, usa tu ingenio y aprovéchalo al máximo.
Baden Powell
fundador de los Scouts


La Frase: “Debo hacer algo”, resuelve más problemas que la
frase: “Hay que hacer algo”.
Edison.


La vida no es un problema por resolver, sino un milagro por
descubrir y disfrutar.
Milton Erre.


Vive cada día como si fuera el único de que dispones para ser feliz.
Confucio.


Cuando decline el día y las sombras empiecen a caer, al
regresar a tu hogar da las gracias por lo que has recibido.
Khalil Gibran.


Para que triunfe el mal, basta que los hombre buenos se
crucen de brazos.
Edmund Burke.


Todos reclaman los éxitos pero los fracasos se imputan a uno solo.
Cornelio Tácito


Optimista es el que os mira a los ojos; pesimista, es el que os mira a los pies.
G. K. Chesterton.

Anónimo dijo...

Hola Roci, bakan que estes escribiendo harto, teni talento, asi que sigue noma... me gusta tu forma de escribir, no aburre y mantiene el interes en seguir leyendo, y eso, pa mi que no me gusta mucho leer es caleta jejeje... go for it!!