12 octubre, 2006

D.A.R.


Ayer, al llegar a la habitación con olores extraños, la cama número cuatro esaba más que vacía; carecía de sábanas y tenía encima varios bultos que se confundían en ese rincón en penumbras. El velador fue aún más afectado, ahora sí que estaba desnudo, sin botella de agua, sin tesoros en el cajón, sin pantuflas....tristemente vacío.

Tenía un aire altivo, increíblemente distinguido a pesar de su pasado callejero. Alto, esbelto, y una línea recta en la espalda que ni la neumonía, ni el hambre ni los años habían podido quebrar. Cabello limpio y ordenado, camisa abotonada y dentro del pantalón, en los mejores días que le ví jamás lo hubiera imaginado como lo imagino hoy. Y me duele.

José estudió hasta segundo básico en Salamanca, creo, otra ciudad misteriosa para mí y que me es imposible imaginar. La primera vez que lo ví estaba sentado en medio de la ventolera, acomodado rígidamente en el sillón demasiado usado. Me senté junto a él y traté por largo rato de encontrar sus pensamientos revoloteando en las ráfagas pasajeras. Luego dije algo del clima. Y entonces le tomé la mano y lo llevé adentro. Examiné su cuerpo arrugado, de piel de cebolla, escuché todos sus sonidos danzarines que se revolvían al ritmo tras las costillas a flor de piel.

Era arisco y huraño, estaba ahogándose en las secresiones de sus propios pulmones y la desnutrición le había sacado el esqueleto hacia afuera y le había manchado la piel de púrpura. De a poco se dejó ayudar, para mí era un pájaro herido al que dedicaba mis minutos de paciencia prestada para poder escucharle el pecho. Cuando empezamos a hablar me contó de las noches en las veredas, de las tortuosas abstinencias, del frío, del hambre, del vino. Pero jamás habló mucho de él. Porque las palabras se le revolvían en la mente y salían confundidas, o simplemente se resistían a salir y había que adivinarlas o intentar varias veces hasta dar con ellas.

Entonces pasó lo que para mí fué casi un milagro, lo que me dio varias razones para hacer muchas cosas, y me cambió la lente que usaba para mirar lo ajeno. José empezó a reir. Sin dientes. Pausado. Con el tiempo comenzaron a destellar pequeñas carcajadas ocasionales, luego más grandes, hasta que todo eso se convirtió en una fiesta saltarina de encías desnudas. Y mi razón para visitarlo.

Y entonces, después de unos meses flotando plácidamente, la autonomía renacida se lo fué comiendo. Y la sangre empezó a volverse líquida y dulce, y se fué escurriendo en una fallida reintegración a la cotideaneidad horrorosa de la realidad de su vida.
Y ahora me cuesta imaginármelo dormido en el lecho seco de un río. Sin sonrisa. Con los ojos perdidos...




Este es José, parte de mi corazón, dormido quién sabe dónde con la conciencia obnubilada por el alcohol. A él le regalo Clímax, mi primera llamada de auxilio. Porque para él ya no habrán más puertas abiertas en el comedor. Ni en la habitación común de los enfermos. Y para mi no habrá más risas sin dientes...




Te extraño.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces la adiccion es mas grande que la persona, y basta solo un segundo en que se rinda en la lucha.... lastima lo que paso, pero tu teni que estar tranquila porke lo ayudaste harto... you rule Rocio.

Anónimo dijo...

aver q paso aca te refieres al..
no cache
saludos
Pablo

Unknown dijo...

Son esas cosas que van mas allá del espacio paralelo que cruzamos sin entender entre las calles y los papeles que tocamos…
Esa gente que hace que sus sonrisas sean mejor que cualquier verdad.

Anónimo dijo...

Que bueno que recuperaste tu espacio... me alegro.